La Escritura tiene mucho que decir sobre la tentación, que es el incentivo para pecar contra Dios. Dios no es quien nos tienta, ya que no puede hacer nada malo, y tampoco desea que nadie peque (Santiago 1:13; 1 Juan 2:16). Sin embargo, Dios puede permitir que seamos tentados y probados para ayudarnos a crecer (Santiago 1:3). La tentación proviene de nuestros propios deseos pecaminosos (Santiago 1:14) y de Satanás, quien busca nuestra ruina (Génesis 3:1–4; 1 Pedro 5:8). Debido a que los humanos tenemos una naturaleza pecaminosa heredada de Adán, la tentación es algo inevitable de la existencia en este mundo.
Hay muchos ejemplos de personas en la Biblia siendo tentadas:
• Adán y Eva. Dios le había dicho específicamente a Adán y Eva que no comieran del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:16–-17). Eva fue tentada por la serpiente, quien la incitó a cuestionar las instrucciones de Dios, contradecir Su advertencia, y le dijo que comer el fruto la haría “como Dios” (Génesis 3:1–5). Eva creyó las mentiras, y sus propios deseos se apoderaron de ella al ver que el fruto era “agradable a los ojos” (versículo 6). A pesar del mandato del Señor, Eva comió del fruto prohibido y le dio a Adán, quien también comió.
• José. Mientras servía en la casa de Potifar en Egipto, José fue tentado a cometer adulterio por la insistencia de la esposa de Potifar (Génesis 39:6–7). Tenía la oportunidad y una pareja dispuesta, y la tentación estuvo presente “cada día” (versículo 10). Sin embargo, en lugar de ceder a la tentación, José huyó de la situación (versículo 12).
• David. Mientras sus hombres estaban en la guerra, el rey David vio a una mujer hermosa llamada Betsabé mientras se bañaba, y fue tentado a satisfacer su lujuria (2 Samuel 11:1–4). David cayó en la tentación y, como resultado de su adulterio, Betsabé quedó embarazada. En un intento por encubrir su pecado, David ordenó la muerte del esposo de Betsabé (2 Samuel 11:5, 16–17).
• Pedro. Aunque presumía de su lealtad, Pedro cedió a la tentación y negó conocer a Jesús (Mateo 26:69–75). El temor a los hombres prevaleció sobre el temor a Dios en su corazón. Jesús había advertido previamente del plan de Satanás para tentar a Pedro, pero también habló de la restauración de Pedro (Lucas 22:31–32).
No es pecado ser tentado. Jesús fue tentado por el diablo durante Sus cuarenta días en el desierto (Mateo 4:1–11). Aunque Él nunca pecó, la tentación de Jesús muestra que Él puede ser empático con nosotros cuando somos tentados (Hebreos 4:15). Además, Jesús es el segundo Adán: triunfó donde el primer Adán falló (1 Corintios 15:21–22, 45–47).
La tentación de pecar puede ser muy fuerte, pero Dios nos ha prometido una salida: "Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir" (1 Corintios 10:13 - NVI). Nuestra naturaleza pecaminosa y carne y hacen que sea fácil ceder a la tentación cuando se nos presenta, pero mediante el poder del Espíritu Santo, podemos resistir. Al someternos a Dios (Santiago 4:7) y vestirnos con la armadura de Dios, los cristianos pueden resistir los engaños y los intentos de tentación de Satanás (Efesios 6:10–18). Al vencer la tentación, nuestra fe se fortalece.
La tentación puede y afectará a todos, pero el cristiano tiene una opción: ceder a la tentación de pecar o resistir el deseo de pecar a través de la fuerza de Dios. Es prudente que los cristianos reconozcan sus debilidades y eviten situaciones que saben podrían incitarlos a pecar (ver 1 Timoteo 6:8–9 y 1 Corintios 7:4–5). Orar por la ayuda de Dios cuando uno está siendo tentado y estar armado con las Escrituras contra los ataques del diablo son formas de protegernos durante esos momentos difíciles (Lucas 11:4; Efesios 6:17).